Ser naturalista y ser fotógrafo… para mí es casi lo mismo. 

Entre animales de juguete, documentales y excursiones al campo, así nació mi pasión por la naturaleza. Desde pequeño he pasado largas temporadas en el pueblo, enredando por las regueras, leyendo guías y memorizando especies. 

Hice mis primeras fotografías con la cámara analógica que me dejaba mi madre cuando salíamos de excursión. Desde ese momento, fui aprendiendo con sus consejos. Una cabra montesa o un tritón alpino, cualquier bicho merecía un reportaje.

La culpa la tiene toda mi familia, especialmente mis padres y mis abuelos. Ellos han constituido siempre un pilar de apoyo, un núcleo irreductible de conversación y confianza total en el que compartir mis intereses, vomitar mis dudas y salir reforzado.

La afición se convirtió en una manera de expresarme, de encontrarme, mientras las vivencias irremplazables han ido quedado plasmadas en fotografías.

Para mí, la fotografía de naturaleza carece de sentido si no se concibe desde el conservacionismo, cada foto que disparo busca allanar el camino en la protección de las especies y preservar los ecosistemas en los que éstas habitan.
Con mi trabajo, quiero acercar la vida salvaje a todo el mundo, conocer la biodiversidad y valorarla es la única manera de protegerla.